VII

Y sin embargo, decide incluir en su plan a Elisa Machado.

¿Cómo es que llegó Elisa Machado –esto es: la extravagante, la agraciada artista Elisa Machado– a la vida millonaria más no excepcional de Santiago? ¿Cómo advino a su existencia esta mujer tan conocida, tan aclamada, tan célebre y multiplicada? Uno pensaría que esta clase de criaturas son inaccesibles, selladas por el destino para que jamás vivan en acorde a las demás personas. Pero no: a veces también estas criaturas tocan las líneas de devenir de seres cotidianos, por ejemplo seres como Santiago, aunque como hemos visto, la vida de Santiago se hace cada vez menos cotidiana, más artística, más singular.

Otra pregunta interesante podría ser: ¿quién es Elisa Machado? ¿Cómo son sus procesos, sus factores de búsqueda, sus neurosis, cuáles sus argumentos para levantarse por las mañanas? No faltan ciertos fanáticos de su obra que se preguntan esto una y repetidas veces. Quisieran convertirse ellos mismos en una creación de Elisa Machado, para ser amasados por semejante fuerza de la naturaleza, tocados por tales dedos temperamentales, manipulados por su genio indiscutible, surgido de las profundidades genésicas de la imaginación.

Elisa Machado tendrá siempre no obstante un carácter elusivo para estos seguidores suyos: de ella sólo tendrán un ectoplasma, una forma espectral, huidiza, caramente omitida, un misterio.

Hay unos pocos datos –poquísimos– que la colocan –mínimamente– en la zona de la tangible. Uno de ellos es que nació en Guatemala, que apenas a los tres años fue transplantada a Nueva York, y que volvió a los treinta, ya famosa. Se le nota el trasvase en la forma en que habla el español –un español algo desnaturalizado, un español que intenta y quiere ser fluido, pero resulta ser impreciso, sin identidad. Sin embargo, sabemos, por medio de entrevistas, que Elisa Machado está orgullosa –eso sumamente– de venir de donde viene, de saberse marginal, es decir gualtemalteca.

Pintora, artista conceptual, pródiga en performances, dueña de las más inverosímiles intervenciones, crítica marrana del sistema, amiga de los más grandes productores de pensamiento, íntima de escritores, frecuentadora consuetudinaria de los genios de la galaxia, incluso toca el trombón en su tiempo libre. Su arte ha redefinido el paisaje artístico guatemalteco llevándolo a direcciones inimaginables. Últimamente se ha interesado seriamente por el cine; y dos cortometrajes suyos han puesto a temblar a otros directores: tanta originalidad los pone nerviosos. Y es tan joven, aún… Todos esperan su próxima obra…

Y por si fuera poco, revolucionó incluso el mundo de las galerías –posee dos importantísimas– y de éstas se ha escrito: “vinieron a subvertir las triangulaciones formales de la compraventa del arte, liberando al artista de la neurosis de la intermediación”. Y también: “Elisa Machado mantiene una ética rigurosa que defiende sin pudores la sacralización mercantil del artista pero sin explotarlo a él ni explotar a su público ni explotar a su obra. Las suyas son operaciones delicamente estudiadas.”

Todos esos artistas quieren estar en sus galerías.

Entonces, y regresando, ¿cómo Santiago conoció a Elisa Machado, cómo se convirtieron en amigos, cómo surgió equivalente intimidad, cómo incluso llegaron a acostarse juntos? Diremos que Santiago quiso siempre sobreponerse a su propia certificada timidez ligándose a personalidades, dándole extremada importancia al ser visto, puesto que por dentro se sintió siempre invisible, imaginario. Por muy increíble que esto pueda parecer, ello le dio acceso a unos afortunados encuentros, incluso a una personalidad socialmente funcionalísima, aún si completamente irreal. Es de considerar además que el dinero es una muleta prodigiosa para los taimados, para aquellos quienes fueron vapuleados injustamente por malignos hermanos siendo muy pequeños.

Abordemos la cronología desde el hecho más obvio: el viaje que hizo Elisa Machado a Guatemala, en búsqueda de sus raíces, y con el objetivo final de establecer una nueva orientación en su intrigante trabajo artístico. Vino a Guatemala y se quedó un tiempo relativamente largo. Una de las cosas que más hizo fue viajar a la provincia, en donde dialogó con los pobres y los tullidos; pero también vivió en la ciudad, tuvo la oportunidad de conocer a la oligarquía nacional, consumidora de arte, y así fue como conoció a Santiago; halló en él a un hombre un poco más interesante que los demás.

Santiago la llevó por toda Guatemala –él, con ese amor sentido por su país, ese afán de carreteras locales, y ella descubriendo tantas maravillas en la tierra de sus antepasados, todas esas sórdidas escenas propias del Tercer Mundo, lo cuál siempre es bueno artísticamente hablando.

¿En dónde se conocieron precisamente? Una exhibición de pinturas. Santiago –quién ya sabía de Elisa Machado, y estaba deseoso de conocerla– se acercó, discreta y elegantemente; le ofreció una copa de vino, habló de un montón de cosas no relacionadas con el arte, y eso fue suficiente para ganar la atención de ella; unos días más tarde incluso se acostaron, él siendo casado, y ella, la archiconocida artista Elisa Machado. Fue un encuentro más divertido que morboso, más alegre que profundo, más ameno que cinematográfico, un encuentro solamente en donde ambos se la pasaron muy bien, y ambos sintieron una como deflagración de sus habituales roles y personalidades, y pudieron ser más ellos mismos, y esta sinceridad súbita los hermanó. Resultó que ambos tenían un gran sentido del humor, una gran forma de burlarse de todo. Santiago no era de la clase de personas orientadas al adulterio, pero sin embargo allí estaba, fumando morosamente marihuana con ella, en un cuarto de hotel, riendo, y feliz.

Al año siguiente, la convenció de que organizara su colección privada de arte. Era una colección digna de un museo. Los honorarios fueron tan generosos –aún para una artista tan bien cotizada como Elisa Machado– que ésta aceptó de buen gusto, y se sintió atraída por el reto (que por demás le permitiría conocer más a fondo el arte guatemalteco). Se dio a la tarea de valuar todas las piezas artísticas de Santiago; luego procedió a engrandecer la colección, adquiriendo nuevas obras.

Elisa Machado volvió luego a Nueva York. Por cierto que Santiago la fue a visitar varias veces –algunas solo, y otras acompañado de Beatriz– y pasaron largas veladas en la casa de la artista en Manhattan. Cuando Beatriz no estaba, se iban a caminar por todos lados, terminaban en la casa de una gigantesca tarotista de Chinatown, o comiendo comida africana en Brooklyn, o viendo cualquier película extravagante en el IFC. Nueva York era una calabaza reventando de gusanos; una colección de energías ondulantes; el cuero de un Dios en puro trance de éxtasis. Fueron a ver a los Mets jugar, eso también, y se emborracharon bastante bien juntos, tomando apple martinis en lugares poderosamente crasos o elegantes.

Pero no siempre estaba Santiago solo: a veces tenía que llevar a la aburrida Beatriz consigo. Una vez, Elisa Machado los invitó a ver una exhibición de cuerpos humanos, esto es: verdaderos cuerpos humanos, puestos detrás de vitrinas, mostrando venas, huesos, órganos etc. Toda la delicadeza y la crudeza del ser humano, su milagro y su miseria, puesto a los ojos de todos. Santiago lo veía todo con fascinación. Beatriz, en cambio con gran tedio y gran horror. Simplemente, no conectaba con ello. Se sentía realmente enajenada respecto a Elisa, y respecto a su propio marido. Sabía que tenía que mostrar alguna clase de placer estético ante estos torsos violentamente desencarnados, pero simplemente le parecían repugnantes y tenebrosos.

Santiago y Elisa siguieron hablando, de vez en cuando, a distancia, y ella, Elisa, siempre le preguntaba a él por la bruja: la “bruja”, así le decían a Beatriz, en conversaciones secretas. De estas conversaciones, Beatriz nunca tuvo noticia (de lo contrario se hubiera puesto histérica, como solía ponerse en circunstancias similares).

De modo que Santiago ha estado pensando mucho en Elisa Machado, resueltamente, porque sabe que para hacer el proyecto de los vegetaloides, el magno proyecto que tiene en mente, necesita de una sensibilidad extravagante, que entienda la delicadeza de lo que está en juego, pero que no se detenga en consideraciones morales de segundo orden. Resuelve hacer partícipe a Elisa Machado en su visión, y un gran deleite amanece en sus ojos, que relumbran de anticipación por la perspectiva de hacerla cómplice y coautora en esta locura.

En efecto, los diseños, las fantasías, necesitarán, para ser realizadas, de un talento mordaz que traspase los innecesarios velos de pudor, de una visión intrépida, una mentalidad que sea pura ambición creativa, dispuesta a experimentar los registros mas dificultosos de la realidad. Un genio que sea a la vez profundamente empático y la vez profundamente desapegado.

Tanto ha pensado en Elisa Machado, en realidad no se extraña cuando suena el teléfono, y es la voz de ella. Le dice él, tranquilo:

–Elisa, estaba justo pensando en ti.

–Lo sabía –contesta ella.

Así que ha llegado la hora de explicarle todo a Elisa Machado, y así lo hace (una dilatada conversación; la voz de Santiago adopta incluso un trasfondo de letanía, se hace equivalente a un rezo largo). No tiene miedo a la reacción moral de Elisa Machado; la sabe receptiva, libre de prejuicios. Le cuenta acerca de los múltiples “papeles” que Beatriz ha realizado desde que entró en estado de vegetaloidización. Del otro lado del auricular, se ha producido un silencio inteligente, un silencio que busca entender, y que entiende.

Santiago pide su colaboración; básicamente, le solicita que diseñe las fantasías de los vegetaloides; le explica que cuenta con el capital necesario; le precisa que sólo ella puede realizar las ambientaciones necesarias; que jamás podría encontrar una mejor directora de arte; que incluso habiendo él trabajado tanto en la publicidad (brainstormings, props, settings, modelos) reconoce que su sensibilidad no es como la de ella; que ella posee un discernimiento especial que salvará su visión de la ruina. El silencio inteligente continúa del otro lado de la línea. Hay un lento fraguarse de una idea perversa. ¿Pero qué es la perversión para un artista?

Luego de hablar él por un buen rato, le toca a ella hacer preguntas: todo tipo de preguntas, respecto al proyecto. Parece que su cabeza fustigante está en fuego, una gran hoguera sináptica, digitando impulsos hacia los espacios imaginarios... Santiago se esmera en aclarar todas las interrogantes de Elisa Machado. Finalmente, Elisa Machado le comparte que lo va a pensar, con una voz seria, desapasionada, madura: y que le devolverá la llamada en dos semanas.

Él se queda sentado una hora, dos horas más, sin moverse. Esta versión estatuaria de Santiago es hasta cierto punto sublime. Rayo quieto, petrificado en la realidad. La lluvia empieza a caer, fina, afuera.

Las dos semanas de espera no son ni insoportables ni motivo de ansiedad alguna. Son dos semanas de calma atenta y funcional. Espera como algunos creyentes confían en que Dios vendrá a salvarlos, inexplicablemente, en condiciones adversas. Espera como si no hubiese nada que esperar. Como si la espera fuese lo físico de la existencia: un mueble, una pared: algo dado, aceptable.

Entre otras cosas, se dedica a arreglar los jardines; en uno de los linderos verdes del Condominio manda a poner una virgen de piedra, una altar para que Elvia vaya a orar, con pequeña cascada incorporada. Cuando le presenta el rincón a Elvia, ésta llora, agradecida. En un arranque más bien espontáneo y raro en su persona, lo abraza con calidez y ternura, y él devuelve el afecto con igual, sentida profundidad.

Al día siguiente, Santiago pasea a Beatriz en la silla de ruedas, por el asfalto del Condominio: la calle serpentea entre las casas aún vacías, y Beatriz es una rigidez humana recibiendo el sol indiferente. El circular de la silla es lento. Mientras avanzan, ella sentada, y él como meditando, se levanta una brisa, una caricia de brisa, una brisa acariciada. Santiago le va diciendo cosas a Beatriz; en un momento llegan al recién construido altar de la Virgen, y él no sabe muy bien por qué, pero se pone de rodillas, y murmura una docena de frases íntimas.

Transcurren las dos semanas de espera. Sólo la última noche, Santiago es víctima de un grave insomnio; no duerme, da vueltas, no duerme. Es como si la luz en su cuarto, la luz de la luna penetrando por la ventana de su cuarto lo volviera un poco inquieto, un poco loco. Se levanta, decide escuchar música, pero eso también lo desespera, vuelve, impotente, a la cama. Todos los seres humanos han pasado por noches como ésta, noche infranqueables. Un perro ladra, allá lejos, y más que ladrar parece que está diciendo algo ominoso en un terco lenguaje.

Pero al día siguiente suena el teléfono. Elisa Machado ha decidido colaborar. Solamente tiene una condición: él ha de darle permiso a ella para hacer una exhibición de los “comactores” (así les ha llamado: “comactores”), una exhibición que incluiría a un público extremadamente selecto –críticos, artistas, que volarían desde el exterior a Guatemala con el expreso objetivo de atender este evento.

–Estoy hablando de la obra de mi vida –agrega.

Él no sabe qué decir, al principio, pero luego dice lo inevitable, lo que de todos modos estaba condenado a decir desde siempre: “Está bien. Hagámoslo”.

A continuación discuten detalles del proyecto… Y aquí sí se dan desacuerdos, estiramientos, componendas: un jugoso intercambio de posiciones y puntos de vista; cada cuál tiene ideas propias, y modos de decir abruptamente no o sí. Elisa Machado, una mujer acostumbrada a hacerse escuchar, a subir el volumen de sus convicciones; Santiago, de su lado, no desea adulterar una idea que después de todo es suya. Pero logran alguna clase de consenso satisfactorio para ambos.

Cuando Santiago cuelga el teléfono, se da en su persona la nítida, quirúrgica sensación de que, ahora sí –ahora sí de un modo frontal, indeclinable– la rueda se ha puesto a girar. ¿A dónde? Él no lo sabe bien, pero a donde sea que vaya, no se detendrá hasta el mero final, hasta la era de todos los juicios. Es una sensación completamente de poder y a la vez de tremenda vulnerabilidad. Tiene calientes las dos manos. Y un cansancio –pero es un cansancio victorioso– lo penetra lentamente, lo va dejando mullido, exquisitamente blando. Observa desde esta confortable debilidad una de las obras de arte que ha traído de su residencia anterior: en un marco fenomenal, hay una insinuación de ser humano, angustia o bruma con fisonomía, chorreando grises, rayas, oscuros procedimientos plásticos. Entonces se pone más contento, Santiago, de que Elisa Machado vendrá pronto a visitarlo. Luego sube por la escalera alfombrada, se deja caer en la cama amplia, denostadamente, y duerme. Sí, un perro ladra en la distancia, pero esta vez no puede escucharlo. Está sordamente dormido. Alguien le ha cosido los ojos, casi.
Luego de esta reciente llamada telefónica, Santiago y Elisa vuelven a hablar otras dos veces, para aclarar detalles. Es cierto que Santiago aún no posee a los “comactores” (salvo a Beatriz, naturalmente) pero aún así han considerado los dos correcto que Elisa Machado comience desde ya a familiarizarse con ciertos aspectos del proyecto: en principio que vea las casas que servirán de soporte a las diferentes fantasías. Así que acuerdan una fecha para que Elisa Machado venga a Guatemala.

La fecha finalmente llega. Debe ir a buscarla al aeropuerto.

Elisa Machado parece muy feliz de volver, y observa las calles con curiosidad algo infantil. Finalmente, llegan al Condominio. Santiago abre el gran portón verde con el control remoto, y procede a deslizarse por la calle interna hasta una de las casas: la casa 5. Santiago le ha reservado la casa 5 a Elisa, y se ha tomado la molestia de amueblarla por completo, llenarla de víveres y vinos, colocarle antena satelital e internet, y todo lo necesario. Le da a Elisa unas explicaciones básicas. El carro en el garaje está a su completa disposición –las llaves están sobre la mesa– y el agua caliente se pone así, ah, y hay un sobre con dinero encima de la refrigeradora para “tus pequeños gastos”, le dice Santiago.

–¿Te parece si nos vemos en una hora, para tomar algo? Mi casa es la casa uno –ofrece Santiago. 

Elisa Machado se dirige una hora después a la casa #1; él abre con gran calidez la puerta, y ya prácticamente le está sirviendo un apple martini (en honor a antiguos tiempos). Muy poco después están haciendo el amor: un encuentro arrebatado, rápido, cariñoso, que los deja a los dos radiantes. Elisa Machado está completamente desnuda, salvo por las calcetas.

Terminado este primer asunto, deciden ir a visitar, solemnemente, a Beatriz. Beatriz está sobre la cama blanca. Elisa Machado, con docilidad, le acaricia el pelo, le toma las manos, que besa; se pone a llorar, como una nena, y Santiago, viéndola desde el otro lado del cuarto, también solloza; pero el suyo, en contraste, es un llanto complicado, serio, adulto. Entonces le cuenta a Elisa Machado los pormenores exactos del accidente de Beatriz. Durante todo el rato, la artista no suelta las manos de Beatriz, y hasta la peina un poco, con un cepillo que ha sacado de su bolsa. Es un momento profundo. Es de noche.
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