XI


Con Elisa Machado de vuelta a los Estados Unidos, Santiago tiene otra vez para él a sus adorados comactores. Adviene un período de gran placidez, una meseta o llanura de pura serenidad en su vida; un sentimiento general de armonía. Elvia a su vez parece estar muy contenta; se la pasa cantando mientras cocina o cuida de los vegetaloides. Los árboles del Condominio resplandecen.

Una de las actividades preferidas de Santiago es salir a los jardines, en la tarde, con todo y comactores, colocados bajo monumentales sombrillas. Las brisas traen plegarias desde regiones ignotas. Pequeñas abejas transmigran de flor en flor. Las hojas susurran ayudadas con el viento. Los zanates.

Es de lo más bonito ver a los vegetaloides con sus sombreros gigantes. Alejandro les habla y habla; ¿de qué les habla?; da sus opiniones respecto a todo, respecto a miles de millones de cosas completa y absolutamente insignificantes.

Santiago siente como si estuviera sanando, recuperándose por fin de un gran cansancio sin fin, de un millón de úlceras quemantes. La vida vuelve a él. Está feliz. Ha sido polinizado con un nuevo impulso, una ilusión de todo.

A Santiago le resulta fascinante escuchar a los comactores decir todo eso que dicen al no decir nada. Él mejor que nadie los entiende; él mejor que nadie sabe sondear sus profundidades, sabe penetrar ese abismo en donde cardúmenes de vacío cruzan el espacio desnudo.

Santiago ha aprendido que el silencio, por decir algo, de Dionisio, es completamente distinto al silencio de la Santa. El silencio de Dionisio es más rugoso, diríamos, terroso, anguloso, mientras que el silencio de la Santa se desplaza en corrientes fugaces, rapidísimos relámpagos de energía blanda. A veces dos tipos distintos de silencio se encuentran, y forman una hermosa figura en el aire. También Santiago ha aprendido a generar por cuenta propia silencio, y si bien no es un silencio tan profundo y magnífico como el de ellos, es un silencio que cada día crece más en dignidad.

¿Cómo es el silencio de Beatriz? Es un silencio como de un millón de arañas subiendo por las paredes. Esa clase de silencio es el que produce Beatriz. El silencio de Julio Alfaro es profundamente benéfico, estable, sonriente, dan ganas de quedarse horas con ese silencio. El silencio de Myrna Orozco es también muy lindo, nervioso pero muy claro, y en ningún momento hace daño al que lo escucha.

Detrás del silencio de la Santa hay otro silencio, que es un silencio como un gran ojo que lo está viendo a uno, que está escuchando el propio silencio de uno. Es una experiencia avasalladora; cuando ese silencio toca a Santiago, entonces surgen adentro de él unas ganas tremendas de llorar, y se pone muy suave, muy esponjoso. Es como si el silencio de la Santa pudiera verlo todo, penetrar toda la masa de mentiras, de ambigüedades, hasta llegar al centro, al punto exacto en donde todo sangra… silencio. 
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